¡María Consuelo no necesita un par de gafas, pero sí una cirugía! (parte II)

Si te perdiste la parte uno, léela primero: María Consuelo Necesita Un Par De Anteojos.

«Tener cataratas es como estar siempre entre una nube de vapor». Así describe María Consuelo lo que ve. Entonces uno supone que no ha visto cómo su barrio se ha transformado en los últimos años, ni como las buganvilias se secaron sobre la reja de su casa, ni la tramazón de palos de rosa que de vez en cuando florecen, ni el tejado roto por el viento que suele soplar más fuerte en las faldas de Monserrate, esa verde cordillera que bordea por el oriente a Bogotá y desde la que se puede escuchar el palpitar de la ciudad abajo.

No es que su casa esté en lo empinado del cerro, pero es que cuando el viento se devuelve azota los ventanales de Chapinero Alto, justo allí donde ella vive. Y de seguro que esa nube de vapor que la envuelve tampoco la ha dejado ver los imponentes edificios de apartamentos que se levantan a un lado y otro. Su casa reposa en medio de ellos como detenida en el tiempo, con su fachada de losas amarillas con las que las casas de antaño hicieron gala de opulencia, con una reja que ahora ella cierra con una pesada cadena y un candado, y en el silencio absoluto de una mujer que no ve televisión ni escucha la radio, ni puede escuchar la algarabía de los pájaros que se agitan en los árboles vecinos. Su casa, tan ajena como ella, sobrevive a un destino común, la soledad.

Con el propósito de conseguir las gafas que se supone le devolverían su pasión por la lectura (ver primera parte de esta historia), nos enrutamos camino a unos optómetras que se sumaron a la causa. De ida al examen iba contándome cuando fue la última vez que pudo leer un libro. 

«Eso fue antes de junio 14 de 2014, ese día me llevé el dinero que tenía ahorrado porque no lo podía dejar en casa, tenía planeado ir a Carulla y luego al Éxito y comprarme El Tiempo, El Espectador y mis revistas. Recuerdo que salí, pero cuando desperté estaba en la clínica del Country, me había atropellado un carro. Y todo lo que llevaba se perdió, el dinero, los contratos y la cédula. Me rompí la cadera y las gafas quedaron hechas trizas. Estas que tengo las compré luego con la ayuda de la gente, en una óptica cerca del Teatro Libre».  

«Acabo de leer una reseña en un periódico sobre un libro de una escritora italiana, Elena Ferrante, creo que se llama La vida mentirosa de los adultos. Debe ser muy buena, imagine usted cómo seremos los adultos de mentirosos para que una escritora nos dedique un libro. Ese es el libro que quiero leerme cuando tenga mis gafas»

Con los pocos días de conocernos fuimos construyendo nuestro lenguaje secreto para comunicarnos. Así, primero fue, mañana paso por ti; luego, hoy no se pudo, será el lunes. Son unos diálogos cortos, pero legibles que ella logra descifrar sin mayor dificultad. Entonces cuando finalmente estamos frente a la optómetra, la doctora me pide que le diga que mire el globito, que parpadee, que no parpadee. Ella como yo y como todos los que nos habíamos sumado estamos muy emocionados de poder sacar a María Consuelo de esa nube opaca de vapor. Pero luego Diana, la optómetra, nos miró con algo de desilusión: «Ella tiene catarata en ambos ojos. Las gafas, por ahora, no son la solución». Me ahorro la notica para después, nos despedimos, agradecemos, tomamos un taxi de regreso a casa. 

En el camino le cuento en qué va su historia. Ella se queda pensativa, no dice nada, así que le pregunto: 

¿Se haría la cirugía? 

— ¡Sí, sin vacilación!

Ninguno quiere articular palabra, entonces poso mi mano sobre su mano aflautada. En verdad es una mujer que no pesa más de 40 kilos y no mide más de 1 con 50 de estatura. Ella me dice con determinación: 

— ¡No hay que perder la fe de que alguien nos va a ayudar!

Entonces pienso en todos los que ya se han sumado: Sebastián, Camilo, Margarita, Leonardo, Alejandro, Diana, Ingrid, cada uno con las mismas ganas de devolverle un poco de luz a sus ojos, porque la tristeza no la embarga y como ella misma dice: «No estoy feliz, pero estoy contenta con lo que he conseguido. Soy yo».  

Nota del editor

Estuvimos con Edilson y el equipo de El Chapín revisando alternativas para la operación de María, porque aunque quisieran, quienes se han sumado no pueden operar y asumir los riesgos sin tener ella cobertura en salud. Para operarse, necesita como primer paso resolver su situación de afiliación de salud (se encuentra retirada pero con ~340.000 pesos en mora de alguna vez que estuvo afiliada al sistema contributivo). Con esto resuelto, podremos tramitar su afiliación a la EPS del Distrito, según el asesoramiento que nos han dado funcionarios de la Secretaría Distrital de Salud.

Si quieres ayudar, súmate a la vaca acá:


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