Nacer en el jerusalen bogotano

– Es el procedimiento. Sin cédula no lo atendemos, usted puede suplantar a alguien y me demandan por negligente.
– Mire doctora, es solo registrar a mi hijo.
– ¿Y cómo sé qué es su hijo?, ¡¡¡usted se lo ha podido robar!!! Y además con esa facha que viene. ¿Dónde está la mamá?
– María está arriba en Jerusalén, cerca a la quebrada El Infierno, le está ayudando la partera a curarse, porque el parto fue complicado.
– ¿Partera? ¿Cómo partera? Mire señor, ¿cómo es su nombre?
– José.
– Don José, uno de los requisitos para registrar un hijo es el certificado de nacido vivo que diligencia un médico, ¿entendió?, un médico. ¿entendió? ¿ese niño no nació en una clínica?
– No, nació en uno de los ranchos de don Melchor, muy cerca de la quebrada. Dicen que es el señor que todo lo convierte en oro. María se quejaba de los dolores. Él nos dijo que lo arrendaba y que debía llevarle el dinero por la mañana o sino nos echaba a la calle. El señor es buena persona, nos ayudó a conseguir la partera, que llegó con un cobertor se lo extendió a María y se durmió. Después llegaron dos señores, don Baltasar de Itsmina, que apoya los desplazados y nos ofreció una olletada de agua de panela y don Gaspar, un señor muy bajito, que nos dio unas papas saladas y güevos cocinados.
– Mire, no tengo tiempo de escuchar historias, es hora de cerrar. Con permiso.
La doctora, apagó su computador, tomó el celular que estaba cargando de uno de los enchufes de la oficina, miró el reloj de la pared y al comprobar que el suyo tenía un desajuste al compararlos, lo modificó, corroboró en voz alta el asunto.
– Son las dos y quince.
Tomó unas llaves de la gaveta del escritorio, se acicaló un poco el cabello, verificó el contenido de su bolso, dirigió unas palabras a José.
– Esta no es la oficina para registrar niños.
Salió rauda por la puerta. José miraba desconcertado a ver quién lo ayudaba, pero mientras algunos funcionarios se alistaban para salir, otros hacían repiquetear con mucha velocidad y desespero los teclados de los computadores y no le daban chance de preguntar. Providencialmente se le acercó una señora vestida de azul, que en una mano llevaba un trapero y en la otra un balde con agua, pendía de su cuello un carnet con el nombre en mayúscula de MAGDALENA NAZARIO y le dijo un poco asustada y mirando a todos lados.
– Tiene que ir a una Registraduría o a una Notaría. Allá le hacen el registro de nacimiento, aquí no, porque esta es una oficina de atención al ciudadano.
– Ah, ¿y dónde queda eso? Es que sin ese papel no lo atienden en el hospital. ¿Será que me piden la cédula? Cuando llegaron los tipos armados al pueblo, nos preguntaron, “¿se quieren quedar en Ataco o quieren seguir viviendo en otro lado?”. A todos nos tocó salir, nos formaron en fila, nos esculcaron y nos quitaron todo, la plata, los papeles y hasta un escapulario del Señor de los Milagros de Buga que me habían regalado.
– Pregunte a ver. Es que uno sin papeles no es nadie. Mire, por ese edificio de ladrillo, voltee por esa esquina a la derecha y a las cuatro cuadras encuentra una Notaría, ahí es. ¿Ha comido algo?
– No señora. Salí esta mañana en ayunas y María le dio pecho al niño, lo envolví en una camisa vieja que me regaló don Gaspar, ya está un poco cagadita, pero es que no tenía más en que envolverlo.
Ella se apresuró hasta la cocina, le dio discretamente un paquete con cosas, se llevó a Jesús al baño de servicio y de un bolso extrae algo y anuncia decididamente.
– Fatima ¡¡¡ le saco un pañal, después arreglamos!!!
Muy amorosamente limpió al niño, le puso el pañal aunque rosado, sirvió para protegerlo y abrigarlo, tiró la camisa a la basura, lo cubrió con unos trapos secos utilizados para limpiar el polvo, un poco ajados y se lo entregó a José, que solo atinó a decir.
– Gracias.
De pronto una voz masculina un poco ronca grita con firmeza amenazante.
– MAGADALENA NAZARIO, ¿usted para que está aquí?
Ella, toma el trapero y agitadamente empieza su labor de barnizar con agua el piso.
José, sale de la oficina y camina por la calle, con la mirada puesta en el edificio indicado. Intempestivamente dos hombres, le arrebatan al niño, se suben a un auto y desaparecen velozmente. Atónito José, grita desesperado.
– Me robaron a Jesús. Auxilio. Jesús. Ay mi Jesssuuuuusss… oh Jesús. Ladrones…
Dos jóvenes con pinta de estudiantes, al ver a José, comentan entre ellos diciendo.
– Mariiica, esssos fanáticosss religiososss cada vezzz están más looocos, guonn.
– Si mariiica, guonn…


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